martes, 5 de octubre de 2010

CUATRO: Una vez soñé

Una vez soñé que tú no eras tú y yo no era yo. Que tú eras un chico malo, de esos con chupa de cuero, pelo engominado y navaja en el bolsillo de sus vaqueros. Y que yo era una chica mala, de esas con falda años cincuenta, pelo siempre recogido y mirada perdida. Nos movíamos con bandas rivales por las calles de una ciudad que nunca pude llegar a determinar. Hubo una noche en la que nuestras bandas tuvieron una pelea, una de esas de gritos, destellos de navajas, heridos y carreras mientras se oyen las sirenas de la policía. Pero quiso el destino, o tal vez el subconsciente, que los dos corriésemos en la misma dirección, y nos escondiéramos en el mismo callejón. No recuerdo más de aquella noche, sólo un paseo por una playa de olas salvajes y acantilados de vértigo en un día frío y soleado, con nuestros pies desnudos sobre la blanca arena y pantalones arremangados. Después, un tiempo de vernos a escondidas, de ocultarnos por temor a represalias. Y al final, la consecuencia inevitable, una reyerta que hizo que dejásemos las calles y que viésemos una ciudad inundada de luz en cada una de sus esquinas. Las miradas encontraron dónde posarse allá donde quedaban tus ojos y allá donde quedaban los míos. Y cuando el mundo se hizo real, y la luz del Sol entró por la ventana, me di cuenta de que incluso en sueños y aunque a veces lo dude, tú siempre serás tú y yo, yo.

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